Que difícil se ha vuelto ejercer el periodismo en México. Y es más riesgoso que las coberturas de guerra.

Lo más lamentable, es que las autoridades federales y las locales no van a atender este problema, menos otorgarán mayores garantías a quienes desempeñamos este oficio todos los días.

La violencia contra la prensa. Auspiciada por un Gobierno que se dice humanista y que asegura busca ser transparente y es todo lo contrario.

Acallar o no acallar

En lo que llevamos de este 2022, van tres periodistas asesinados en el país.

El más reciente es el de Lourdes Mendoza, que mantenía un litigio laboral con una empresa del ahora ex Gobernador de Baja California, Jaime Bonilla.

El reportero y fotógrafo Margarito Martínez Esquivel casi fue asesinado de la misma forma que la periodista: de un disparo en la cabeza, a bordo de su vehículo estacionado a las afueras de su casa en Tijuana.

Y a José Luis Gamboa Arenas, el entonces Director General del Diario Digital Inforegio en Veracruz, le encontraron su cuerpo con heridas de arma blanca en un fraccionamiento del puerto.

Casi 50 periodistas han sido ultimados en este sexenio del Presidente López Obrador y ninguno se ha esclarecido.

Entre ellos, se encuentra el crimen del periodista de Chiapas, Fredy López Arévalo, que se registró a finales de octubre del año pasado y a quien le dispararon a quemarropa al llegar a su domicilio en San Cristóbal de las Casas.

Así, este es el peor ambiente que vive la prensa mexicana, en donde ya no solo los amenazan, los ejecutan.

Y antes eran víctimas por tratar asuntos de la delincuencia organizada, ahora únicamente por abordar temas de la política y de casos de corrupción.

Con la sombra de que todo esto puede provenir de los actuales gobernantes, hoy refugiados en “la 4T” y quienes siguen con los mismos vicios del pasado.

Acallar o no acallar. Porque han resultado muy sensibles a la crítica, que aparte les duele, también los exhibe como lo que son.

El odio

En el púlpito de “las mañaneras” un día sí y otro día también se habla de los medios de comunicación con adjetivos como “prensa fifi” o “chayotera”.

Esto lo han replicado la mayoría de los gobernadores, secretarios federales, senadores, diputados federales, diputados locales y alcaldes de Morena.

Y hasta los militantes y simpatizantes han repetido una y otra vez estas descalificaciones.

Aparte, de toda la maquinaria que se echó a andar después de 2018, con “troles” en las redes sociales para desmentir las publicaciones periodísticas.

Así, hemos visto que está “4T” no acepta la crítica de la prensa. Incluso, se han ido encima de aquellos informadores que en su momento han sido cercanos a ellos, como es el caso de Carmen Aristegui.

Mientras, mantienen una marcación personal con periodistas como Carlos Loret de Mola y hasta los que hacen parodias como “Brozo” y Chumel Torres.

Y son quienes tienen todo a su alcance –poder, dinero y recursos– para denostar en contra de los medios de comunicación.

Sucede con el periódico Reforma, que ha aguantado por más de tres años el fuego presidencial.

O la sección de “Quién es quién de las falsas noticias” que se da cada semana desde Palacio Nacional y que sirve para desmentir y en muchas veces sin sustento.

Es la intolerancia de un grupo de gobernantes de México en su máximo esplendor. Pero, ya empieza a tener sus primeras consecuencias.

Imaginarse que el fanatismo que se ha provocado lleve a asesinatos de periodistas, sería lo peor que nos pasaría como país.

Porque mientras en otras naciones se da una mayor apertura a la libertad de expresión, nosotros estamos retrocediendo gravemente.

La prensa sirve para conocer lo que sucede en nuestra sociedad. Y resulta un contrapeso, cuando no existe oposición política, como sucede actualmente en México.

En cambio, en los últimos años se ha promovido el odio. Y este ya ha cobrado sus víctimas con esta violencia que parece que no va a parar contra los periodistas.